sábado, 23 de julio de 2011

Cinco viejitas

Fue hace dos jueves. Subía la escalera de la Terminal de la línea “A” del subte y una ráfaga de viento frío y húmedo me anticipó cómo venía la mano. Me puse el piloto, saqué de la mochila el paragüitas que me había comprado a diez pesos en Retiro y lo abrí. Salí sobre la vereda de la Casa Rosada y crucé a Plaza de Mayo. La lluvia finita parecía suspendida en el aire. Las nubes se sucedían contradictorias entre distintos grises y blancos. La plaza estaba vacía, salvo por un grupito de policías parados junto a las vallas que la dividen, y más allá, junto a la pirámide, cuatro o cinco personas. Iba hacía la calle Perú, así que caminé el sendero que cruza al medio la plaza. Pasé las vallas y al llegar a la Pirámide de Mayo descubrí que esas cuatro o cinco personas eran ni más ni menos que Las Madres de Plaza de Mayo. Eran cinco y estaban ahí paradas, con sus pañuelos sobre la cabeza, solas bajo la lluvia alrededor de un bolso rojo. Me paré a unos seis metros a mirarlas. No entendí que con todo lo que significan hoy día estuvieran allí sin un montón de gente que las rodeara. Sólo se acercaron dos señoras también con pañuelo, pero ni las saludaron y se apartaron del otro lado de la pirámide. Ni se miraron. Ahí empecé a entender. Una de las cinco viejitas abrió el bolso rojo y sacó de adentro una bandera doblada que entre dos empezaron a desdoblar. La extendieron, se pusieron las cinco detrás de la bandera sosteniéndola con las diez manos delante de sus cinturas y empezaron a caminar muy despacio alrededor de la Pirámide. Ningún paraguas, sólo los pañuelos y esas caras arrugadas bajo la lluvia con su bandera blanca que decía en letras negras: Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Apenas se oía la lluvia, y una sirena alejada se escuchaba como estuviera sonando desde hacía más de treinta años. Pero cuando me estaba por ir, llevándome esa imagen para siempre, apareció sobre la plaza una camioneta Mercedes Benz blanca, atrás otra, atrás otra y otra más. Cuatro camionetas Mercedes Benz que estacionaron junto a la pirámide de mayo. Detrás venía una traffic de la que bajaron dos tipos con cámaras al hombro filmando y otro con un micrófono que se acercó a las camionetas Mercedes. Empezó a aparecer gente. Hasta turistas. Me acerqué a las camionetas y vi que separadas entre toda la gente que había adentro, en cada una había cuatro o cinco Madres con sus pañuelos puestos. En la segunda estaba Eve de Bonafini que se demoraba en bajar, mientras la esperaban los periodistas, cholulos y turistas, todos ansiosos. De las camionetas fueron bajando las Madres y también otra gente con paraguas amplios, azules, brillantes con el pañuelo blanco de dibujado en cada ala. También sacaron un montón de banderas con el logo de las Madres que decían Madres de la Plaza algunas, y otras Sueños Compartidos. Todos conversaban, parecían contentos. De la última camioneta sacaron dos parlantes negros grandes como armarios y empezó a sonar fuerte una canción de León Gieco. Cuando terminó la canción, un señor de barba y campera Columbia le alcanzó hasta dentro de la camioneta un micrófono inalámbrico a Eve que saludó y empezó a hablar. De repente me acordé de las cinco viejitas. Me alejé de las camionetas y del ruido para verlas. Ya habían terminado su vuelta. Se alejaban juntas bajo la lluvia hacia el lado del cabildo, en sentido contrario a la Casa Rosada.

domingo, 17 de julio de 2011

Crónica de un viaje a Retiro

Viajaba parado en el tren, el viernes a la mañana, de Tigre a Retiro. A mi lado, un viejo de piloto beige leía el Clarín. De repente se acercó un tipo de anteojos y le empezó a hablar.
-Le aconsejo que no lea ese diario; dice puras mentiras –el viejo apenas levantó la mirada por encima de las páginas y siguió leyendo.
-En serio le digo: es el pasquín que miente a favor de los intereses empresarios –esta vez el viejo ni levanto la vista, cerró los ojos con fuerza, los abrió y negando con la cabeza, mudo, siguió leyendo.
-Mire –le dijo el tipo, sacó un carnet azul de la billetera y lo puso entre la cara del viejo y el diario –soy periodista.
El viejo bajó el diario sacudiéndolo y miró al periodista.
-Basta –le dijo- ¿me dejas leer el diario tranquilo? – subió el diario firme como un biombo frente al periodista.
- Sabé que no está leyendo noticias sino cuentos –el tipo hablaba en voz alta, actuando para los que viajábamos –Clarín miente, y no es ese el problema, sino los que lo toman por realidad –el tipo pegó una cachetada al diario del viejo. El viejo bajó el diario de nuevo y miró detenidamente al tipo.
El tren bajó la velocidad al llegar a la estación Lisandro de la Torre, una señora que estaba sentada justo debajo mio y del viejo se levantó. Mientras el tren arrancaba de nuevo le hice un gesto al viejo para que sentara, pero el viejo con el diario a lo bajo, miraba al tipo con furia. No insistí y me senté.
-Crea en lo que le digo, Clarín fue cómplice de la dictadura… soy periodista, sé de que le hablo…
El tren iba tomando velocidad. Justo a mi lado tenía la mano grande del viejo, con venas hinchadas, sujetando el diario. Note que lo apretó fuerte. La cara se le había vuelto roja. Se acercó medio paso al periodista.
-¿Periodista de qué sos vos? ¿de un diario oficialista? Eso querés que lea, Mamarracho…
Las dos señoras que viajaban enfrente mío se rieron con saña.
El periodista lejos de calmarse, se sonrojó y siguió con su discurso.
El viejo ahora le contestaba.
Cara a cara empezaron a gritarse.
-Millones de dólares en publicidad, en el fútbol. La gente cagada de hambre….
- Este gobierno está acabando con la pobreza. Ingreso universal por hijo…
En eso otro hombre, con la cara poseada y la nariz roja, que iba hacia la puerta, se frenó y le dijo al periodista.
-Claro, todo con la plata de los boludos que trabajamos.
El periodista se dio vuelta.
-Eso, la distribución de la riqueza…
-La distribuyen para sus cuentas en Suiza –dijo el viejo.
Un hombre que iba sentado del otro lado del pasillo aplaudió fuerte. Las viejas ahora conversaban con rencor sobre la presidenta, por lo que no escucharon, sino seguro también hubieran aplaudido. El periodista se quedó callado. Pero un chico de campera de corderoy marrón y mochila que se había parado a escuchar la discusión, dijo como al pasar
-Seguro que Macri no tiene cuentas en Suiza…
El periodista señaló al chico, dándole la razón.
- QUE MIERDA ME IMPORTA MACRI –dijo el viejo.
-Es lo que representas –dijo el chico, ahora más seguro, pero siempre escudándose en el cuerpo del periodista – Y a la dictadura
El hombre de nariz roja volvió sobre sus pasos e inclinando la cabeza por el costado del periodista le dijo al chico
-Pendejo de mierda ¿qué sabes vos de la dictadura? –y siguió a gritándole mientras el chico seguía escudándose en el periodista y contestaba.
El tren iba toda velocidad, resonando sobre los rieles, cruzando entre la Recoleta y la Villa 21.
EL hombre de roja naríz, indignado con algo que le contesto el chico, quizo correr del medio al periodista, volaron un par de manotazos. El viejo intentó separarlos con la mano que sostenía el diario, por lo que entre los manotazos se desprendieron un par de hojas grises. El viejo quiso rescatarlas, alzándose entre los manotazos, pero cuando se inclinó para agarrar una se le cayó el diario entero al suelo.
Todos miramos el diario desparramado absorbiendo agüita sucia del piso.
Sólo se oía el ruido del tren: tu tun tu tun –tu tun tu tun.
-LA PUTA MADRE –gritó el viejo. Nadie le contestó.
El periodista dio media vuelta. El chico caminó detrás del periodista. Se oyeron algunos insultos aislados de algunos que habían estado mirando en silencio, otros que los aprobaban. El tren empezó a desacelerar. El viejo levantó parte del diario, pero al ver que estaba embarrado lo volvió a dejar en el suelo.
Llegamos a Retiro. Me levanté y salí caminando lento hacia la plaza. Hacía frío y llovía fuerte. Busqué el boleto antes de pasar por el molinete y me fijé en la billetera si tenía diez pesos para comprarme un paraguas.

Nieve

Sentado junto a la ventana
de la casita que mira la playa
veo pasar la tarde...

El viento insiste sobre todo en su nada descontrolada
Nada sin agua sobre la arena
Entre gotas de lluvia
Nada sobre el mar y se enreda en las olas y
Airoso sale de entre la espuma
A la nada fría.

El horizonte sin crepúsculo rosado ni colores impresionistas
Todo gris
Apenas unas gotitas salpican
Suspendidas revolotean livianas
Como bichitos alrededor de un farol.

El mar es una rutina eterna
Como el cielo o el infierno
Ayer o mañana
Como lo puedas ver, depende
De lo que te sobre
O de lo que te falte.

Cada vez más lentas y gruesas las gotas
Flotan en el aire
Agua nieve, pienso
Y al rato empieza a nevar.