sábado, 30 de junio de 2012

Una noche helada

Una noche helada. Hace veinte años. El rocío nimba las canaletas y las luces de la calle. Estamos en su 147. Los vidrios empañados. Intentamos reclinar el asiento, pero el rotor no gira. Nos pasamos a atrás. Suena bajito un casete de los redondos, lado A, lado B, lado A de vuelta. Cada vez que abro los ojos, entre beso y beso, veo figuras abrigadas que entran o salen de la fiesta. Vamos a otro lad...o, me dice el Iguana después de meterme los dedos debajo del corpiño. Lo nuestro hasta hoy fue jean con jean, bragueta con bragueta, bombear, alguna tocada; a veces él acartona. Hasta ahí llegamos, no más. Dudo, unos segundos. Mientras me seco los labios paspados con el puño de la camisa pienso: es bueno el Iguana, no va a hacer nada que yo no quiera. Dale Iguanita, vamos. Nos volvemos ansiosos hacia adelante. Pasa el buzo de Divididos por el parabrisas. Calza la llave. El Fiat tose pero arranca. Salimos levantando humo.